lunes, 15 de septiembre de 2014

Su apacible ambigüedad se desplazó...



Me miras como haciéndote una pregunta. Cómo midiendo cuánto pesaría yo en el pecho de tu vida. O me parece y sólo intentas calibrar cómo podría estar armado este puzzle que es mi vida. O me parece y sólo piensas en desnudarme y dejar mi furor en cualquier forma horizontal.

Lo escribo y se lee raro. Lo leo raro. Porque desde que me quedé sin corazón ando sintiendo plástico aún sin querer sentirlo. Y a veces pienso que me equivoco, que si tengo un corazón recién nacido, por ejemplo mientras te escribo esto. La chispita se coloca tan fácilmente en el cesto de una novela nueva, una que deseo sea larga. Y entonces, no te veo con mi deseo y huyo. Como un mal ninja anunciando la huida, como queriendo que me detengas.

Y tú, que sigues siendo un Tú turbio, apareces lleno de promesas, porque siempre es más fácil el sueño cuando posas tus pies bajo terreno vacío. Y me agrandan las ganas de asentar una vida mientras te pienso. (Y quizá lo más parecido a tener un corazón embelesado es hundirme un poco en el barro universal de lo ridículo.) A veces me parece que caigo de mi escabel al fango. Y mientras eso no pasa, ando sentada en mi escabel mintiendo como me mientes tú. Como mentimos todos. Para plantar ternura sobre ese terreno fangoso que lleva años guardado.


Me enferma el miedo a decírtelo. Y sólo te miro fijamente como queriendo que hayas tenido una maestría en criptografía y puedas descifrar mi mirada. Como me miras tú a mí, ahora que recuerdo. Y arranca el beso mientras asesinamos las ganas. Y después de saber que mis deseos son tus bordes quiero huir.
Y saber si me extrañarás, me olvidarás o para saber... para saber si tenemos algo más que ofrecernos que sólo la fuerza de los labios en nuestros hombros.

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