Me
miras como haciéndote una pregunta. Cómo midiendo cuánto pesaría
yo en el pecho de tu vida. O me parece y sólo intentas calibrar cómo podría estar armado este puzzle que es mi vida. O me parece y sólo piensas
en desnudarme y dejar mi furor en cualquier forma horizontal.
Lo
escribo y se lee raro. Lo leo raro. Porque desde que me quedé sin
corazón ando sintiendo plástico aún sin querer sentirlo. Y a veces
pienso que me equivoco, que si tengo un corazón recién nacido, por
ejemplo mientras te escribo esto. La chispita se coloca tan
fácilmente en el cesto de una novela nueva, una que deseo sea larga. Y entonces, no te veo con mi deseo y huyo. Como un mal ninja
anunciando la huida, como queriendo que me detengas.
Y
tú, que sigues siendo un Tú turbio, apareces lleno de promesas,
porque siempre es más fácil el sueño cuando posas tus pies bajo
terreno vacío. Y me agrandan las ganas de asentar una vida mientras
te pienso. (Y quizá lo más parecido a tener un corazón embelesado
es hundirme un poco en el barro universal de lo ridículo.) A veces me parece que
caigo de mi escabel al fango. Y
mientras eso no pasa, ando sentada en mi escabel mintiendo como me
mientes tú. Como mentimos todos. Para plantar ternura sobre ese
terreno fangoso que lleva años guardado.
Me
enferma el miedo a decírtelo. Y sólo te miro fijamente como
queriendo que hayas tenido una maestría en criptografía y puedas
descifrar mi mirada. Como me miras tú a mí, ahora que recuerdo. Y arranca el
beso mientras asesinamos las ganas. Y después de saber que mis deseos son tus bordes quiero huir.
Y saber si me extrañarás, me olvidarás o para saber... para saber si tenemos algo más que ofrecernos que sólo la fuerza de los labios en nuestros hombros.
Y saber si me extrañarás, me olvidarás o para saber... para saber si tenemos algo más que ofrecernos que sólo la fuerza de los labios en nuestros hombros.
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