Gustavo Faverón Patriau (31 de diciembre 1966), escritor y crítico literario, es autor de "El Anticuario", una novela que ha recibido muy buenas críticas, entre ellas las del Nobel peruano Mario Vargas Llosa, quien dijo “Al final de la lectura uno queda descontrolado y alucinando (…). El anticuario es una novela ambiciosa y difícil, que exige lectores cultos e inteligentes”. También es catedrático de literatura en el prestigioso Bowdoin College, en Maine, donde reside actualmente, y desde donde responde al cuestionario de escritores del blog de Eterna Cadencia.
1. ¿Qué autor joven recomiendas y por qué?
¿Vale decir Rimbaud? Para ser sincero,
diré que con el tiempo me he vuelto cada vez menos lector de novedades, o, en
todo caso, descubro que las novedades que me interesan están esperándome en las
bibliotecas más que en las librerías, y casi en todos los casos están ahí desde
hace muchos, muchos años. Pero la pregunta es clara y merece una respuesta
menos esquiva. Creo que mencionaría a la mexicana Valeria Luiselli. Quizá en mi
elección tenga algo que ver el hecho de que en estos días estoy leyendo los cuentos
completos de M.R. James y me alegra encontrar en Valeria Luiselli una mirada
tan distinta sobre el tema del fantasma, que no es demasiado frecuente en la
literatura latinoamericana en general, pero sí bastante en la mexicana.
2. ¿Qué canción deberían poner en tu velatorio?
Curiosamente
las dos primeras canciones que se me ocurren son canciones dedicadas a Pablo
Picasso, que hubieran tenido más sentido en su funeral que en el mío pero que
no estaban escritas cuando él se murió. Me refiero a «Picasso´s Last Words(Drink to Me)» de Paul McCartney and Wings, y a «Pablo Picasso», no en la
famosa versión de David Bowie, sino en la original de Jonathan Richman and The
Modern Lovers. ¿Qué tengo que ver yo con Picasso? Nada, obviamente. Si pudiera
añadir una más tendría que ser «Bad Days», de The Flaming Lips. Sólo porque es
una canción tonta y estoy seguro de que las circunstancias de mi muerte serán
tontas también.
3. ¿Cuántas horas por día lees?
Leer
cualquier cosa, incluyendo la red y los ensayos de mis alumnos y las cosas que
trabajo en mis cursos —soy profesor de literatura latinoamericana—, yo diría
que unas ocho o diez horas diarias. Suena a mucho pero en verdad no lo es y
debe ser una cantidad similar a la que pasa frente a la computadora cualquiera
que esté obsesionado con la red. Pero leer libros libremente (perdonen la
aliteración involuntaria), tal vez unas tres o cuatro horas diarias, no más,
sobre todo las últimas horas de la noche.
4. ¿Cuándo defines que un libro (o una novela o un cuento) está
terminado?
Cuando
reescribo el primer capítulo. Normalmente he llegado al último siguiendo
malamente un plan y reescribir el primer capítulo o añadir un capítulo inicial
es lo que me da la seguridad de que está terminado. Lo mismo cuando escribo una
ficción que cuando es un libro de ensayos o un libro académico.
5. ¿Cuál es tu mejor defecto?
Soy
inmensamente autocrítico. Eso me lleva, por el lado bueno, a no aceptar ninguna
salida fácil cuando escribo, pero, por el lado malo, me lleva a semanas y meses
de parálisis, de los que no siempre salgo con el resultado que esperaba. Por
eso he llegado a descartar libros después de haber escrito más de doscientas
páginas, pero, por otra parte, hace que no me avergüence mucho de los que he
podido terminar.
6. ¿Cómo es tu idea de felicidad absoluta?
El
desempleo sin preocupaciones económicas, claramente. O por lo menos tener un
trabajo que me permita muchas horas de libertad.
7. ¿Qué película basada en un libro recomiendas?
Son
demasiadas pero la primera que se me pasa por la cabeza siempre que se menciona
el tema de las adaptaciones es El proceso
de Orson Welles, que es casi tan inquietante como la novela de Kafka. Por el
camino opuesto, admiro el talento que tenía Hitchcock para convertir libros
medianos o incluso mediocres en películas extraordinarias, como ocurre con Los pájaros o Psicosis o el talento de Kubrick para inventar una gran película a
partir de un libro sin pretender copiarlo, usando el libro como punto de
partida para una cosa muy diferente, como hizo con Barry Lyndon o Lolita o 2001, pero, sobre todo, con El resplandor, que en sus manos pasó de
ser una fábula de horror clásico a ser una profecía sobre el horror del siglo veintiuno
y una reflexión sobre el oficio del escritor y una metáfora de la soledad y
tantas otras cosas.
8. ¿Qué libro robaste? (En el sentido que quieras tomar la
palabra “robar”)
Cuando
tenía diecinueve años formaba parte de un clan de ladrones de librerías. Sería
demasiado trabajo (y demasiado arriesgado) enumerar los botines.
9. ¿Nos mandas una foto de tu biblioteca?
Si quieren una sin mí, tendré que
tomarla ahora. Si aceptan una con mi incómoda presencia les mando ésta.